Revista Brasileira de Enfermagem. 01/01/2018;71:1485-1486
La imposibilidad semántica de delimitar y demarcar con precisión el término “calidad” nos desafía. Cuando se piensa en calidad, es común surgir indagaciones ligadas a los procesos en sí o a los resultados alcanzados con énfasis en la satisfacción de quien participó de tales procesos. Así, “calidad” se relaciona a las competencias para realizar procesos exitosos y generar productos satisfactorios.
En lo que se refiere a la calidad de la educación, una tensión apuntada es entre la calidad formal, que se relaciona con la competencia del hacer; y la política de calidad, en relación con la competencia de hacer y crear la historia(). A partir de tales premisas, un proceso educativo, con calidad formal, no necesariamente potencia la autonomía y el protagonismo en los educandos. Para alcanzar la calidad política, el proceso educativo tendrá que superar la calidad formal y potenciar en los educandos más la perspectiva del “ser” que del “tener”.
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La imposibilidad semántica de delimitar y demarcar con precisión el término “calidad” nos desafía. Cuando se piensa en calidad, es común surgir indagaciones ligadas a los procesos en sí o a los resultados alcanzados con énfasis en la satisfacción de quien participó de tales procesos. Así, “calidad” se relaciona a las competencias para realizar procesos exitosos y generar productos satisfactorios.
En lo que se refiere a la calidad de la educación, una tensión apuntada es entre la calidad formal, que se relaciona con la competencia del hacer; y la política de calidad, en relación con la competencia de hacer y crear la historia(). A partir de tales premisas, un proceso educativo, con calidad formal, no necesariamente potencia la autonomía y el protagonismo en los educandos. Para alcanzar la calidad política, el proceso educativo tendrá que superar la calidad formal y potenciar en los educandos más la perspectiva del “ser” que del “tener”.
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